L os engaños financieros, a veces calificados como piramidales, que de tiempo en tiempo despojan de su dinero a numerosas personas, han sido muy estudiados y no contienen elementos de magia o hipnosis colectiva. Menor consenso, no obstante, existe en cuanto a las características sicológicas de los involucrados, tanto del lado de las víctimas como del de sus victimarios.
Por supuesto, la motivación fundamental de quienes ponen el dinero en ese tipo de esquemas, es multiplicar las sumas que invierten, sea que esos fondos sean propios o tomados prestados de familiares, amigos u otras fuentes, habiéndose documentado casos de individuos que indebidamente usaron recursos de compañías y entidades para las que trabajaban, con la expectativa de devolverlos antes de ser descubiertos, por lo que además de víctimas se convirtieron en criminales.
Pero además de dicha motivación, se ha detectado entre muchos de los inversionistas un intenso deseo de lograr salir de situaciones apremiantes o cambiar sus estilos de vida. De ahí que para ellos el esquema representa un medio de escape, lo que les estimula a creer que se trata de una operación legítima. La esperanza de que sea verdad, actúa en ese sentido como un argumento de persuasión.
Más complejas todavía son las condiciones sicológicas de los que organizan los esquemas fraudulentos. Evidentemente, quieren disfrutar de riquezas a costa de los incautos que confían en sus promesas. Pero de algún modo saben que eventualmente el engaño saldrá a la luz pública, y que en ese momento su modo de vida colapsará.
Estudios al respecto revelan la presencia de una especie de fatalismo. Luego de embarcados en el fraude, prosiguen mientras éste se pueda mantener, esperando que dure lo más posible. Se han encontrado ejemplos de autoengaño y negación de la realidad, especialmente en contextos con instituciones débiles y experiencias de impunidad. Y en algunos casos, cuentan con mecanismos con los que confían evadir ser sancionados.