“A pesar de lo que la vida me deparaba”, escribió Fahidi, “me siento la favorita de la fortuna, porque durante 18 años y seis meses tuve un hogar, un padre, una madre, una hermana pequeña, abuelos, casi 20 primos. y muchos otros familiares. Llevé una vida activa y apasionante, llena de aventuras y descubrimientos en la música, la literatura y los deportes”.
Cuando tenía 11 años, su padre decidió que la familia se convertiría al catolicismo romano.
“Desde los 11 años fui educada como una católica piadosa, lo que me confundió, por decir lo menos”, escribió. “Nunca habíamos sido judíos practicantes y, de repente, cuando nos volvimos católicos, me encontré cara a cara con los dogmas”.
Sin embargo, la conversión no salvó a su familia, cuando cientos de miles de judíos húngaros fueron detenidos y deportados en 1944.
A la Sra. Fahidi le sobreviven su pareja, Andor Andrasi; una hija, Judit; y una nieta. En sus memorias, al escribir sobre su visita de 2003 al sitio de Birkenau, reflexionó sobre la pérdida de su familia y sobre la culpa de su sobreviviente.
“Las cenizas de mi familia inmediata fueron arrojadas en los pantanos cercanos, al igual que las cenizas de mi familia extendida”, escribió, “y si digo que son 50, no estoy muy lejos de la realidad. No puedo evitar pensar que los he abandonado y que mi lugar debería ser con ellos, un puñado más de polvo en los pantanos de Birkenau”.
Llevó su dolor consigo durante toda su larga vida.
«El cliché de que el tiempo cura todas las heridas es una mentira», escribió. “Depende de la herida. Hay heridas que nunca sanan”.
