Cuando el gobierno brasileño decidió trasladar la capital a otra localidad, su motivación fue promover el desarrollo del vasto interior del país. Quiso poner fin a la concentración de las actividades económicas en las áreas costeras y la porción sur del territorio, y crear un nuevo polo de crecimiento alrededor de una nueva ciudad. Brasilia fue el resultado de esa iniciativa.
Actualmente Indonesia planea hacer lo mismo. Compuesta por 17,500 islas de diferentes tamaños, cuenta con 54 mil kilómetros de costas y 272 millones de habitantes, más de la mitad de los cuales vive en una sola de esas islas, Java. Su capital, Yakarta, está, igual que sucedía en Brasil, ubicada en la porción sur del país, y el gobierno intenta construir una nueva ciudad en un punto más céntrico, a dos mil kilómetros de distancia en la costa este de la isla de Borneo. Estaría mucho más cerca de las islas de las especias, parte de los antiguos relatos acerca de las fabulosas riquezas orientales, y se presume que actuaría como un factor dinamizante del desarrollo económico de las regiones que han permanecido rezagadas.
Y, como también ocurrió con Brasilia, existen serias inquietudes acerca de las consecuencias ambientales de explotar zonas con sistemas ecológicos frágiles, susceptibles de sufrir daños prácticamente irreversibles en su diversidad biológica.
Pero las similitudes con Brasil terminan ahí, porque el motivo principal del eventual traslado de la capital indonesia no es realmente el desarrollo económico del país, aunque es sin duda una consideración significativa, sino un asunto de excesiva liquidez.
Sucede que Yakarta con sus once millones de habitantes se está hundiendo en el agua. El villano de moda, el calentamiento global, está elevando el nivel del mar, pero no es el único culpable. Por la falta de agua potable, años de extracción indiscriminada de agua del subsuelo han provocado el hundimiento del terreno, haciendo que la tierra baje mientras el mar sube.