Un nuevo tipo de ingeniería se perfila en el horizonte. No involucra cálculos estructurales, resistencias de materiales ni vigas de amarre. Depende de avances en las investigaciones de laboratorio a nivel celular. Y requiere de grandes inversiones en equipos y tecnología.
La ingeniería genética promete librar al ser humano de dolencias y limitaciones ancestrales. En su versión más osada persigue actuar de forma preventiva, corrigiendo antes del nacimiento las vulnerabilidades genéticas que predisponen a contraer enfermedades, en lugar de esperar que ocurran para entonces tratarlas. Y si puede lograr ese objetivo, también puede hacer que las personas sean más diestras, fuertes e inteligentes. Por la etapa incipiente en que se encuentra, el rango de posibles consecuencias es muy amplio y da para todos los puntos de vista, optimistas y pesimistas.
Un ángulo pesimista fue expresado hace un tiempo por Lee Silver, profesor de la Universidad de Princeton. Dado su costo de aplicación, sólo padres ricos podrán pagar la ingeniería genética para sus hijos. Se irá creando así una sociedad con dos castas, los mejorados genéticamente y los demás, que él llama “naturales”. Mejor dotados y más saludables, los mejorados tendrán más altos ingresos y ocuparán las posiciones claves en las empresas, preferirán relacionarse y casarse entre ellos, y tenderán a ver a los naturales como inferiores. Dos especies diferentes podrían emerger eventualmente.
Otras visiones son diferentes. Una de ellas recurre a la clonación para sus pronósticos, vaticinando que la replicación de individuos mejorados aumentará la oferta de sus habilidades y hará descender la remuneración por sus servicios. Eso redundará en beneficio de los no mejorados, cuya oferta crecerá menos pues no será económicamente rentable clonarlos.
Quizás haya romances entre Romeos y Julietas pertenecientes a castas distintas, cuyo desenlace esperemos que sea feliz.