El presidente Biden y su equipo de seguridad nacional han sostenido desde que asumió el cargo que todas las comparaciones fáciles y tentadoras entre esta era y la Guerra Fría son engañosas, una gran simplificación excesiva de un momento geopolítico complejo.
Las diferencias son, de hecho, marcadas: Estados Unidos nunca tuvo el tipo de interdependencia tecnológica y financiera con su adversario de la Guerra Fría, la Unión Soviética, que complica tanto la cada vez más amarga y peligrosa espiral descendente en la relación con China.
Y los asesores de Biden a menudo argumentan que Rusia no es la Unión Soviética. Sí, tiene armas nucleares, dicen, pero su capacidad militar convencional ahora se ha degradado severamente en Ucrania.
Y en la época soviética, Estados Unidos se sintió obligado a librar una batalla ideológica en todo el mundo. En la nueva era, está luchando contra los esfuerzos de China por utilizar su poder económico y tecnológico para extender su influencia.
Sin embargo, los ecos de la Guerra Fría son cada vez más fuertes. El propio Biden se sumó al alboroto esta semana. En Vilnius, Lituania, el miércoles por la noche, dirigiéndose a una multitud que ondeaba banderas estadounidenses, lituanas y ucranianas, invocó repetidamente la lucha de las naciones bálticas para liberarse del colapso de la Unión Soviética y le dijo a Vladimir V. Putin que Estados Unidos y sus aliados defenderían Ucrania, y con ella otras partes vulnerables de Europa, “mientras sea necesario”.
El Sr. Biden nunca dijo explícitamente que Estados Unidos debe nuevamente “soportar la carga de una lucha larga y crepuscular”, la famosa descripción del presidente Kennedy de la Guerra Fría en su discurso inaugural de 1961, cuando entró en su fase más peligrosa. Pero el mensaje del Sr. Biden fue esencialmente el mismo.
“Nuestro compromiso con Ucrania no se debilitará”, dijo. “Defenderemos la libertad hoy, mañana y durante el tiempo que sea necesario”.
